De una riqueza multicultural insospechada, los actos de “pagar mandas” son analizadas por el sociólogo Bernardo Guerrero. En este texto, el destacado investigador local dimensiona –desde múltiples perspectivas– los actos donde se enlaza la persona y el grupo con lo infinito (o divino).
“En el rico y variado cuadro de la religiosidad popular del Norte Grande de Chile, hay una dimensión poco estudiada. Se trata de ese acto individual en el que un sujeto, hombre o mujer, solo o con la ayuda de sus amigos o parientes, se desplaza desde el Calvario hasta la imagen de la virgen del Carmen, al interior del templo de La Tirana. Se arrastra con el cuerpo entero o bien se desplaza con las rodillas. Son cerca de 600 metros que el peregrino debe avanzar sobre el pavimento que al mediodía se calienta por efecto del sol.
La mayoría de los peregrinos, son personas humildes que pagan una manda, en otras palabras, han contraído con la virgen con la China, como se le dice cariñosamente, un compromiso. Se trata en términos generales, de un favor por salud. Se le pide a la virgen que interceda por un ser querido. Las mandas, son por lo general privadas y suelen guardarse en secreto, sólo los más cercanos conocen los motivos que llevan a un hombre o a una mujer a realizar tal acto.
Desconocemos desde cuándo se realizan estas mandas.
EL PUEBLO CELEBRA
En el documental de la fiesta de La Tirana de Pablo Garrido, del año 1944, se ve a un bailarín del baile Chuncho, realizando una manda de rodillas. Hoy los miembros de los bailes, no realizan este tipo de sacrificios. La iglesia católica en su afán evangelizador las ha prohibido. Antes del golpe de Estado de 1973, los peregrinos recorrían desde la ciudad de Iquique a La Tirana 72 kilómetros a pie. Cruzaban el desierto y al cabo de 12 horas llegaban. Con el estado de sitio, estás mandas dejaron de realizarse. En la actualidad, se camina desde Pozo Almonte al pueblo, no son más de 15 kilómetros.
La realización de estos actos hay que inscribirlos en el complejo y variado cuadro de la religiosidad popular del Norte Grande. Actos que al decir de Morandé, hay que insertarlos en lo que denomina religiones cúlticas en contraposición, a la de la palabra, como es el caso del catolicismo oficial. Religiones, como la que se observa en La Tirana, que desafían el espíritu ilustrado y su promesa de la secularización. Cuerpos que ponen en duda el ideal cartesiano y que operan como contra-hegemónico. De alguna manera, la realización de este tipo de mandas, reproduce el sacrificio de Cristo con su peregrinar cargando la cruz. Toda vez que réplica el sacrificio de Tupac Amaru en el Cusco.
Además de lo anterior, y al igual que el culto a las animitas, este tipo de mandas, pone en entredicho el rol de mediador ante lo divino, que se le atribuye a los curas. El peregrino que se arrastra en búsqueda del favor y el perdón por parte de la virgen, no precisa de los cuidados y menos aún de las advertencias del cuadro religioso especializado. Es un sujeto, que define ante si y en el marco de su círculo más cercano, su acción. Sigue una tradición en la que el cuerpo es el centro. Lo anterior en el sentido que el cuerpo, en la religiosidad popular, es el centro, sin el cuerpo no se le puede entender. Éste se inscribe en una larga tradición, reseñada más arriba, en la que en su construcción ha trabajado la economía, el deporte y la guerra.
Existe en el cuerpo popular y mestizo, diversas inscripciones pero todas ellas conducen a una misma percepción: el cuerpo habla y siente. No es la palabra oficial del catolicismo (recen en vez de hacer mandas, dice la Iglesia Católica) la que aquí se hace presente. Es la palabra corporalizada a través de ese desplazamiento. Mientras que en la fiesta los bailarines cantan y bailan.
La manda tal cual la describimos es una perfomance, como la entiende Taylor, «interrumpe el tráfico de gente, y pone en valor la identidad del pecador. Es una puesta en escena de la condición original del peregrino: ser pecador. Y como acto perfomático, funciona como memoria y como archivo. Nos recuerda además que el pueblo tiene su propio lenguaje, sus propios códigos para dialogar con la Virgen».
LOS BAILES
Más de 250 bailes religiosos acuden cada 16 de julio a la fiesta de La Tirana. Vienen de Copiapó, Antofagasta, Calama, Arica e Iquique a saludar a la China como se le dice a la virgen del Carmen. Desde fines del siglo XIX que hay noticias acerca de su existencia. Se articulan en los barrios populares y en torno a grupos familiares. Son estructuras transgeneracionales ya que el abuelo, le traspasa los conocimientos a sus hijos y estos a sus hijos. Al interior del baile la autoridad del caporal es la que se respeta. Desde los años 70 los bailes han ido organizándose en torno a la figura de una sociedad. Los antiguos siguen llamándose cuerpo de baile. Hay bailes que representan a los indios de la selva como los Chunchos, otros a los indios de Norte América como los pieles roja, también están los morenos. Desde los años 60 aparecen las diabladas y en los 90, los sambos caporales.
Los miembros del baile chino que tiene el privilegio de sacar a la Virgen en procesión. Los Estandartes Cada baile posee un estandarte. En él está inscrito el nombre del baile, la fecha de su fundación y el lugar de donde proviene. Tienen colores festivos y aluden en su estética al mundo andino. Serpientes y cóndores son los animales con mayor presencia. Los portaestandarte, hombres o mujeres, son los viejos de cada cofradía.
LOS TRAJES
La elegancia, la distinción, el brillo, la humildad y el recato constituyen las piezas fundamentales de los trajes. Un piel roja, un gitano, una cuyaca, un moreno, un sioux, un sambo caporal, una diablada, un chuncho, un huaso, un chino de la China y obviamente un Chino de Iquique, forman el mosaico que llena de colores al árido pueblo de La Tirana.
Todos ellos tienen en común la fe. Los más clásicos y nortinos son los chunchos, en tanto, los morenos y las cuyacas nos remiten a los originarios habitantes de esta zona. Son anteriores a la constitución de los estados. Los chinos, arriban con la dinamización de la economía del salitre. Vienen con sus flautas, sus tambores, sus trajes de cuero de color café y portan, además, a falta de una, dos banderas chilenas. Los gitanos y los indios del oeste son propios de la industria del cine, que por los años 40 inundan las salas de cine. Los obreros, demostrando una gran sensibilidad social y solidaridad, se visten como los indios perseguidos y asesinados, encerrados en reservas y pintados en el cine como los malos de la película. No hay bailes de vaqueros. No hay bailes de los vencedores.
En los 60, cuando en Iquique se “redescubre” Oruro, cuando no hay trabajo, pero sí muchos campeones, como forma de integración, llegan y van las caravanas de la integración, aparecen las diabladas, con todo el boato que se puede exigir: Luces en las máscaras, botas rojas con pinceladas de color blanco, capas multicolores se elevan más allá del porte del tamarugo. Es el fin de los diablos sueltos que en forma individual acompañaban a los bailes, a cualquiera.
En los 70, cuando la prensa ilustrada ataca a los bailes por “ruidos molestos”, y tratándolos de indios y paganos, aparecen diciendo “somos tan chilenos como el más nacionalista”, el baile huaso, que se identificaban por los sombreros, espuelas, mantas de tres colores y arreos.
¿Quién dirá ahora que no son chilenos? Aparecerá después un baile de marinos. Prat devocionando a la “China”. El santo secular arrodillado frente a la Virgen. En los 90, irrumpen los sambos caporales, representado la dinámica de la esclavitud”.
PARA SABER MÁS: Bernardo Guerrero, “La Tirana, Chilenización y religiosidad popular en el Norte Grande”. Universidad Arturo Prat, Iquique.