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La imagen transgresora de un Santo Castigador

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La festividad de San Lorenzo fue originalmente una reunión de campesinos de los pueblos precordilleranos y también de altiplánicos que bajaban a conformar una pintoresca feria y a ella se sumaron trabajadores de las oficinas salitreras ya antes de la Guerra del Pacífico.

Es de conocimiento amplio que San Lorenzo es patrono de los mineros, de los diáconos (o clérigos) y de los transportistas.

Extra-oficialmente, se dice que lo es también de los curaditos y se le retrata como “castigador”. Por si fuera poco, hasta le cuelgan pegajosos rótulos de temible y libertino, al menos según las bizarras semblanzas que esbozan pampinos del siglo 20.

Diríase que éstos le quitaron la aureola y le endosaron el más cercano y coloquial apelativo de “Lolo”.

La festividad de San Lorenzo fue originalmente una reunión de campesinos de los pueblos precordilleranos y también de altiplánicos que bajaban a conformar una pintoresca feria y a ella se sumaron trabajadores de las oficinas salitreras ya antes de la Guerra del Pacífico. Pero después, cuando la población de la pampa está conformada mayoritariamente por chilenos, éstos se incorporan a la veneración lorencina aportando ribetes singulares.

Tanto para éstos (por más que muchos provengan del Sur o del Norte Chico), como para los iquiqueños -habituados a una costa árida-, la angosta quebrada, su modesta cobertura vegetal y el precario río que la recorre, bastan para componer el escenario más bucólico y capaz de ambientar una mixtura de devoción cabal y alegría desbordante. 

CANTIGO A INCUMPLIDORES

Se nos antoja que al “Lolo” se le adscriben atributos propios de la cosmovisión andina, según los cuales amerita la categoría de “bravo” que se aplica a determinados cerros, connotando actitudes como recelosos, vengativos, proclives a acciones punitivas.

Es que el “Lolo” es amigo de sus amigos, tremendo compadre y socio bacán. Es milagroso, porque siempre está dispuesto a conceder los favores que le piden. Eso sí, es una negociación cabal y compromiso sagrado, ya que suele ser implacable con aquellos que fallan a la palabra empeñada en una manda.  

Lo de “castigador” parece haberse acuñado a partir del incendio de la Oficina Salitrera Rosario de Huara. A propósito, fijémonos en el siguiente cogollito de testimonio: “Los colores rojo y amarillo son el color que representa al fuego, porque se dice que San Lorenzo castiga con fuego” (1).

La mencionada oficina se situaba a tres kilómetros y medio de Huara, fue fundada por la compañía Gildemeister y vendida posteriormente a Rosario Nitrate Company, propietaria asimismo de la vecina Puntilla de Huara.

En la víspera del trágico día 10 de agosto de 1938, cuando se aprontaban para trasladarse a Tarapacá, los trabajadores integrantes de bailes religiosos y los devotos en general, leyeron con pena e indignación un anuncio escrito en la pizarra de la Administración:  “No hay permiso para nadie; el que no está en su puesto de trabajo, será despedido. Después que vayan a San Lorenzo para que les dé trabajo”.

Para la gente, una medida arbitraria e injusta; para el “Lolo”, una desafiante provocación que combustionó su ira.

COMIENZO DEL FIN

Siendo las 5 de la tarde del día 10 de agosto, una colilla de cigarrillo tirada descuidadamente sobre una ruma de huaipe de desecho produjo una escalada de percances: llamas que se propagaron a unas cajas con fulminantes se convirtieron en hoguera al alcanzar un estanque de petróleo que -para mal de males- colindaba con un depósito de pólvora. El incendio con explosión fue de tales proporciones que destruyó instalaciones, almacenes e incluso afectó a la Administración. Junto a este daño material, hubo que lamentar la muerte de siete personas, tres de ellas menores de edad.

No hubo dos lecturas acerca del siniestro. San Lorenzo había manifestado su venganza de manera inequívoca.

Al día siguiente, enfiló a Tarapacá una multitudinaria columna de habitantes de Rosario de Huara, encabezada por los bailes religiosos y por el administrador Carlos Petersen, sobre quien gravitaba la responsabilidad de lo ocurrido; por tanto, concurría a pedir perdón. 

Este incendio fue el comienzo del fin de la Rosario de Huara. Adquirida en 1940 por la Compañía Salitrera de Tarapacá y Antofagasta (Cosatan), dejó de funcionar definitivamente en julio del mismo año.

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