reivindicó y defendió el rol de la mujer
El dirigente sobreviviente de la Masacre de la Escuela Santa María de Iquique junto con Ladislao Córdova, José Brigg y Luis Olea, se refugió en Lima, Perú, donde escribió en el Periódico El Hambriento sobre la tragedia obrera. En uno de sus extensos artículos defendió el rol de la mujer en la sociedad. Hoy, gracias a sus descendientes publicamos un extracto de ese artículo en el Día Internacional de la Mujer.
Como todas las grandes ideas o causas son calumniadas, discutidas y sus sostenedores puestos en el blanco de las risas sarcásticas. Así, todos aquellos que toman la defensa de los derechos de la mujer son motivo de burlas y escarnio de todos aquellos que creen que es una locura elevar la educación de la mujer triste esclava del hombre, que la avasalla y martiriza; partiendo siempre del derecho brutal de la fuerza.
Así comienza la histórica crónica de Sixto Rojas Acosta, un libre pensador, adelantando en el tema del feminismo y cuyo extracto entregamos para conocimiento de las nuevas generaciones. Dice:
No es mi propósito cantar alabanzas a la mujer, ni censurar indebidamente al hombre. No! mi único objeto es llamar la atención de este para que comprenda y mejore la condición triste y esclavizada de la mujer.
Por lo general, en toda manifestación obrera sea del carácter que sea, todos los oradores abundan en frases violentas para condenar a los déspotas que no reconocen el derecho de los hijos del trabajo; pero siempre lo hacen a nombre del sexo fuerte, sin tomar en cuenta para nada a la mujer. Ser que vive más esclavo que el hombre, pero que por desgracia es este mismo el que mantiene esclava.
“Desde que la humanidad existe, la mujer es esclava del hombre” ha dicho René Chaughi.
Y es la verdad. Siempre el hombre basándose, como antes he dicho, en su fuerza ha mirado con desdén a la mujer, sin comprender que es la única luz venturosa que en su vida tiene, sin comprender el magnifico puesto que a su lado le corresponde, sin comprender el amor profundo que es su corazón encierra.
Y ellas, las pobres esclavas parece que vivieran conformes en la vida a que están condenadas, pero no es así desde uno a otro continente oímos ya sonar sus voces de protestas y unirlas a la de aquellos que sin hacer distinciones bárbaras luchan por el engrandecimiento moral y material de la mujer.
Ya llegó la hora en que la mujer a igual que todos los esclavos se levanta a reclamar los derechos que como ser tiene. Pero el hombre igualándose a todos los tiranos no quiere reconocérselos, porque la cree incapaz de interpretar sus derechos, incapaz de saber comprender su libertad.
A igual que los burgueses que no creen posible en la emancipación o redención obrera, así el hombre sin distinción de clase se cree que la emancipación de la mujer es un sueño nacido en el cerebro de aquellos que quieren halagar su vanidad.
Para ellos la mujer es un ser débil que la misma naturaleza ha colocado bajo la tutela del hombre a quien le está encomendado tratarla no como a otro ser igual a él sino como el objeto de sus caprichos considerándolo inferior hasta en sus pensamientos. Afirmando por todos los medios posibles “la inferioridad mental de la mujer”, haciéndola aparecer como un ser indigno de llamarlo compañero del hombre.
La mujer es un ser sin criterio, no sabe pensar, no comprende las razones que se le dan, no es bien educada, es amiga del lujo, del derroche, de todo lo malo es lo que arguyen en contra de la esclava, todos, aun hasta los que se precian o pretender ser amigos de la libertad. Sin recordar el hermoso pensamiento del eminente escritor González Prada, que dice: “La elevación moral de un hombre se mide por el concepto que se forma de la mujer: para un ignorante y brutal no pasa de una hembra, para el culto y pensador es un cerebro y un corazón”.
Y contra todo lo que dicen los que pretenden mantener y reconocen la esclavitud de la mujer se levantan pensadores como el que he citado, lanzando así terrible anatema contra aquellos que olvidan que la sensibilidad y el amor que sienten por sus semejantes, es lo que mamaron en los senos de sus cariñosas madres.
Si la mujer es ignorante, cábeme preguntar ¿A quién se puede culpar de su ignorancia?
La pregunta no necesita respuesta porque bien sabido es que el único culpable es el hombre, que en su calidad de padre o marido condenan a la mujer a vegetar en la ignorancia, monopolizando por todos los medios el saber.
Cuantos hay que en la calle son grandes amigos de la libertad, enemigos de todo aquello que revele tiranía u opresión, y en el interior de su hogar se convierten en terribles tiranos, que todo lo ordenan en medio de vociferaciones y blasfemias que van a corromper los buenos sentimientos de sus hijos y asesinar la sensibilidad exquisita de la mujer.
¿Cuántos hay que, en la tribuna, en el periódico y en los corros de sus amigos o adeptos proclaman la igualdad y la instrucción, y en sus hogares se consideran dignos de todos los honores?
Que desconocen el derecho de la mujer a instruirse a igual de ellos, porque temen que se revelen en su contra.
Muchos o la mayoría tal vez.
Todos se confabulan en contra de las pobres mártires del hogar, desde el fraile que inventando miles de mentiras deprime su cerebro haciéndolas creer en dioses falsos, hasta el marido o padre que se cree con derecho a ocultarle la verdad.
La educación de la mujer está encomendada a la mujer, pero hombres son los que señalan el programa de estudios, no dejándolas estudiar sino aquello más necesario para que no sean completamente ignorantes.
La misión de la mujer según la mayoría de los hombres debe circunscribirse únicamente a sus labores domesticas a lactar sus hijos y a servir de blanco a las impertinencias soeces de sus maridos, las que está obligada a soportar, porque lo mandan las leyes terrenas y divinas.
El hombre en su deseo de dominar a la mujer no se ha conformado con poner en boca de un Dios mitológico palabras que aseguren sus derechos sobre la mujer, sino que ha hecho leyes indignas tendientes a sacrificarlas.
Por boca de ese Dios hacen nacer esa frase infame de que “la mujer vivirá atada a la ley del marido”, y en los códigos, basándose en esa misma paradoja han creado derechos que jamás deben tener; atribuciones bárbaras emanadas de su egoísmo brutal.
La mujer ¿Qué sentimientos buenos puede quedarles después de la educación grosera que recibe?
Ninguno; pero sin embargo en su cerebro germinan bellos ideales de amor y pureza, ideales que el hombre necio se encarga de l hundir en el más asqueroso vicio.
Instruida la mujer en una escuela donde a los sentimientos más bellos se denigran haciéndolos aparecer como consecuencia de maldad o degeneración; principia por refrenar sus sentimientos nobles y puros, sin poder declarar con toda franqueza y libertad que ella también sabe sentir y amar.
(Agradecemos la gentileza del nieto de Sixto Rojas, Héctor Sorich Rojas).