Hugo Barraza Jofré
Recordando cómo se celebraban las festividades patrias en las salitreras hace 30 ò 40 años
atrás, nos parece que la celebración misma poco a poco ha ido perdiendo el embrujo de esta
fecha tan nuestra.
Quizás la razón radica en la época materialista que hoy vivimos y a los vaivenes de marcadas
discrepancias políticas, que ha quitado al pueblo mucho del entusiasmo -y en gran medida- lo
que conservaba como amor a la patria y que cada año en una fecha como está se agigantaba
de manera viva, grande y gloriosa en el corazón vibrante y enardecido de cada chileno y
chilena
¿A qué viene esta reflexión? a que hoy la celebración de Fiestas Patrias muy diferente a lo que
nos tocó vivir en aquellos años de infancia en las salitreras, en medio de una sociedad modesta
pero querendona de las cosas nuestras, que experimentaba vivo y entusiasta el patrimonio,
donde las mañanas antes de salir de su casa peinado y cachearpeado con traje y zapatos
nuevos, ya había escuchado a la banda de músicos recorriendo las calles con sus sones
marciales. Entonces se sentía que el corazón le cantaba la canción nacional y el alma se
expandía en inefable contento al ver las calles inmensamente alegres, limpias y engalanada
con miles de gallardetes y volantines desplegados al viento de Septiembre.

Después masivamente se participaba en juegos y concursos populares, competencias
deportivas y se desfilaba marcialmente a los sones del Séptimo de Línea e Himno de Yungay.
Se iba con toda la familia al concurso de cueca en la cancha de básquetbol y también en
rústicas ramadas y fondas que se levantaban de calamina, donde sin importar el piso de tierra
se bailaba sin parar a los pampinos junto a una damajuana o chirimacha de chicha o vino la
empanada caldua y el trozo de asado con pebre cuchareado.
Por la noche, admirábamos la quema de salnatrón que venía a ser lo que son los fuegos
pirotécnicos hoy y asistíamos al teatro a presenciar la velada patriótica donde participaban
estudiantes y trabajadores. Se recordaba el ñeque y la bravura del Roto Chileno corajudo y el
pampino minero, labrador , carrilano, huaso de pie o a caballo, que junto a la mujer de nuestro
pueblo estuvo cuando la patrio lo requirió con su pecho al frente en las barricadas y trincheras
enemigas en medio del estallido de cañones, fuego y olor a pólvora, matando y muriendo sin
amilanarse jamás y con el Viva Chile a flor de labios.

Allí sobre el escenario se representaba la gloria conquistada y la gloria por conquistar. Estaba
Tarapacá, Dolores, San Francisco, Tacna, Arica ,Iquique y el heroico sacrificio de La Concepción.
Los estandartes ennegrecidos por el humo de las batalla, agujereados por las balas y
enrojecido con la sangre de los héroes que murieron envueltos en ellos antes de entregarse.
Cuando caía el telón, en todos los presentes embargados de emoción surgían los ecos electrizantes de la canción nacional.

Hoy la motivación de alegría y dieciochera se tornó un tanto diferente, distante, agravando
más el espíritu patriótico los tristes acontecimientos que generaron división entre los chilenos.
Sucesos que en gran medida están latentes y se agudizan cuando se pretende encausar al
pueblo para que le dé lo mismo aceptar cualquier cosa –a fardo cerrado- sin consultarle
previamente, lo que por supuesto no está ni estará en el alma y en la razón y la sangre del
chileno.