Por Ximena Torres Cautivo, Comunicaciones Hogar de Cristo
- El más obvio es el invierno. Y en él se sostiene la activación del Código Azul. Este programa
del Ministerio de Desarrollo Social se pone en marcha cuando las temperaturas en algunas
regiones –no está presente en todas– bajan de los cero grados y/o hay anuncio de lluvias o
nevadas intensas, cuestión que ocurre por estos meses. Actualmente, existen 1.840 camas
disponibles en el marco del Código Azul, las que son insuficientes dada la cifra oficial de
personas en situación de calle que es de 40 mil, aunque las organizaciones de la sociedad
civil que se ocupan del tema creen que es aún mayor. En julio del año pasado se
implementaron 3 mil camas, lo que sigue siendo como una gota en el mar. No sabemos
qué se proyecta para este 2023, en que la noche más larga, la del 21 de junio, amenaza
con ser también muy fría. - El verano y las olas de intenso calor, producto del cambio climático que estamos
experimentando cada año con más intensidad. El Código Azul no tiene su correlato Rojo.
Pocos ven que cuando la temperatura supera los 30 grados, como sucedió durante los
meses de diciembre, enero, febrero e incluso marzo, la gente que vive en la calle los
experimenta con mayor intensidad. La ciudad se calienta, el asfalto se derrite, el cemento
proyecta y amplifica el efecto de los rayos UV, el agua potable no es de fácil acceso. - Ser mujer. Siempre decimos que las mujeres pobres son más pobres que los hombres
pobres, pero las más pobres y vulnerables dentro de este grupo son las que viven en
situación de calle. Porcentualmente son mucho menos –16% del total era la cifra que
manejábamos antes de la pandemia– y es comprensible que así sea, porque la violencia de
la calle las hace vivir en una vulneración permanente, donde al abuso sexual y las
violaciones son pan de cada día (mucho más abundante que el pan). Como nos decía una
de ellas: “Si necesitas un rincón, un techo para pasar la noche, debes prestar el cuerpo. A
hombres viciosos y sucios. Es asqueroso”. - Ser extranjero. El bullado caso de la golpiza que condujo a la muerte a Milton Domínguez.
un migrante colombiano indocumentado a manos de cuatro ex marinos en Iquique habla
por sí solo. - Ser niño. Esta es una realidad oscura, poco divulgada, de la que pocos se hacen cargo y
que los propios padres ocultan por temor a que el Sename, hoy Mejor Niñez, les quite la
tuición de sus hijos. El fenómeno migratorio ha aumentado la presencia de familias con
niños en situación de calle. - Ser adulto mayor. Si hay algo peor que vivir en calle, es morir en ella. Y eso es lo que les
termina pasando a muchos hombres adultos mayores que, por quiebres afectivos,
económicos, familiares, llegan a la situación de calle, la que envejece y mata a una
velocidad sorprendente. - Ser homosexual o persona trans. En estos casos, la violencia y la discriminación alcanzan
sus mayores cotas. Se trata de una población expuesta a golpes y abusos de todo tipo, con
altos niveles de consumo de pasta base, suicidio, VIH y tuberculosis, y con una lucha cada
vez más encarnizada por el espacio, copado por migrantes, los que en muchos casos los
consideran “fenómenos”. “La calle es machista”, nos dijo una trabajadora social experta
en el tema. - La discapacidad mental. Esta condición amplifica la discriminación, incluso dentro de las
mismas personas en situación de calle. La vida en esta condición aumenta y agudiza
además los trastornos psíquicos ya existentes. - El consumo problemático de alcohol y drogas. Si bien para ellos es vista como una “ayuda”
frente a la precariedad de vivir en la calle (muchos hablan de que es una manera de
“calentarse por dentro”, en estas fechas invernales), el deterioro de la salud física y
mental, la violencia, la pérdida de dignidad y consciencia asociadas a él, van minando a la
persona por dentro. Y también matan en esta época, porque hacen perder la conciencia
del frío, adormecen y aparece la muerte por hipotermia. - El desprecio y la discriminación. Más doloroso que el frío, que el hambre, que la
enfermedad, es sentirse invisible o, peor, mirado como escoria. Ese sentimiento de no
verse nunca reflejado en los ojos de las demás personas, porque te rehúyen la mirada, nos
lo han confesado muchas de las casi diez mil personas a las que acoge el Hogar de Cristo
en sus programas, donde el más alentador es Vivienda Primero, el que verdaderamente
busca una salida integral a la situación de calle en la que viven 40 mil personas en Chile.