Rodrigo Jara Martín
Médico Urgenciólogo
Académico Medicina
Universidad Andrés Bello
La alta demanda de atención en nuestro sistema de salud impone desafíos significativos.
En primer lugar, hay una presión considerable sobre todos los profesionales de la salud,
incluyendo médicos, enfermeras, paramédicos, kinesiólogos, y demás personal sanitario.
Muchos equipos se encuentran trabajando largas horas extras, lo que no solo puede
afectar su bienestar físico y mental, sino que también repercutir en la calidad de la
atención prestada.
En segundo lugar, la capacidad de nuestras unidades de cuidados intensivos e intermedios
pediátricos está al límite, lo que podría comprometer nuestra habilidad para atender a
todos los pacientes que lo necesiten.
Un desafío adicional es el manejo de esta nueva demanda sin desatender otras patologías
de menor prevalencia, pero que siguen requiriendo cuidado y atención.
El pico de actividad suele coincidir con el invierno, cuando los virus respiratorios, como la
Influenza A (26,6%) y el VRS (25,6%), están en su punto más alto, según el último boletín
epidemiológico. Estos virus pueden causar cuadros clínicos severos, particularmente en
los niños, y especialmente en aquellos menores de seis meses. Este grupo de edad es de
mayor riesgo, no solo debido a la gravedad inmediata de las infecciones, sino también a
las posibles secuelas a largo plazo, como condiciones asmáticas. Las personas con
enfermedades crónicas o inmunosupresión también son particularmente vulnerables.
Cabe destacar que los cuadros más intensos suelen ser aquellos donde los pacientes
desarrollan complicaciones graves, como la neumonía y la bronquiolitis en los niños.
Esta tendencia se refleja en el aumento de las consultas pediátricas y la creciente presión
sobre nuestras unidades de cuidados intensivos y medios pediátricos, lo que no significa
que las consultas respiratorias de adultos hayan disminuido, de hecho, también hemos
notado un incremento.
Probablemente, la aparición del COVID-19, con todas las medidas de distanciamiento
social y mascarillas, pudo haber disminuido temporalmente la prevalencia de otras
enfermedades. Ahora, estamos observando un resurgimiento de los virus respiratorios
habituales, con lo cual, la distribución de las consultas está volviendo a su patrón habitual,
añadiendo más presión a nuestro sistema de salud.
Una de las medidas para enfrentar este escenario es la reconversión de camas, que se
realiza priorizando la necesidad y la urgencia. En el contexto actual, con un aumento en
las consultas pediátricas y la presión sobre nuestras unidades pediátricas, la decisión de
reconvertir camas de adultos a pediátricas se toma basándonos en la prevalencia de las
enfermedades y la demanda actual de camas.
Sin embargo, la reconversión de camas no es una tarea sencilla. Los niños pequeños
presentan particularidades en su manejo médico que pueden ser desafiantes para los
médicos especialistas en adultos. Una posibilidad que se podría considerar es que el
equipo médico de adultos comience a aceptar pacientes de menor edad, como niños de
12 años o más, en las unidades de adultos. La idea es garantizar que los pacientes que más
necesitan cuidados intensivos tengan acceso a ellos, pero esto requiere una planificación
cuidadosa y recursos adecuados para garantizar que la atención a los adultos no se vea
comprometida.
Teniendo todo esto en cuenta, la relevancia de vacunarse contra la influenza es innegable,
especialmente en grupos de riesgo, como los niños pequeños, las personas mayores y
aquellas con ciertas condiciones de salud preexistentes. La vacuna ayuda a evitar el
desarrollo de la enfermedad de manera grave, lo que puede llevar a hospitalización o
complicaciones severas. Si bien un efecto secundario positivo de la vacunación puede ser
la reducción de la propagación del virus, el foco principal es proteger a la persona
vacunada. Además, al prevenir enfermedades graves, la vacunación contra la influenza
ayuda a reducir la carga sobre nuestro ya presionado sistema de atención médica. Por lo
tanto, es clave.