Cristián Fuentes V.
Académico escuela de Gobierno UCEN
En Chile acostumbramos a confundir frontera y límite. La verdad es que son conceptos similares,
aunque distintos ya que límite es una línea política establecida por un tratado, que separa a dos
Estados; y frontera es una zona sociológica, cultural y económica donde se producen múltiples
interrelaciones que expresan la interdependencia existente entre sociedades asentadas a un lado
y otro de países vecinos. Una explicación posible sobre esta confusión es la historia y la geografía,
ya que hemos sufrido guerras en el norte con Perú y Bolivia, y un largo proceso de demarcación a
lo largo de la cordillera de Los Andes y más allá con Argentina.
Los 6.327 kilómetros de frontera terrestre con la que contamos conforma una situación dinámica
disponible para potenciar el desarrollo de amplios espacios bi y tri nacionales, donde se requiere
reemplazar criterios tradicionales caracterizados por la desconfianza (agenda histórica), por una
visión de seguridad cooperativa capaz de articular proyectos de beneficio común que avancen
hacia una integración práctica en la que se vean reflejadas las aspiraciones de las comunidades
involucradas (agenda de desarrollo).
El desafío es definir como tarea nacional la construcción de un diseño compartido de progreso, sin
que la reciprocidad sea un requisito imprescindible para comenzar, sino una meta que se logre con
el tiempo pues primará la conveniencia unilateral hasta que intereses compartidos sumen
voluntades. Por ejemplo, se puede perfeccionar la infraestructura de conexión transfronteriza sin
que nuestros vecinos hagan automáticamente lo mismo, si dichas iniciativas forman parte de una
estrategia de desarrollo nacional y subnacional (gobiernos regionales y municipios), que
fortalezcan de manera progresiva una suerte de territorialidad con perspectiva internacional.
Fenómenos globales como la migración y la crisis climática demuestran la necesidad de colaborar.
Nuevos acuerdos específicos de desarrollo fronterizo serían esquemas apropiados para crear
zonas de paz y prosperidad que reemplacen discursos utópicos por acciones de integración
concretas.